Todo lo que forma un universo de Emilio Sánchez es consustancial a su mirada próxima y lejana a la vez, cercana y también alejada de la vida, ojos que en sus manos enseñan a mirar la forma con la que está construida la vida. Todo lo que toca es pura materia alimentada por la inocente sensación de nacer, movimiento que se enturbia en los orígenes de su identidad, que nos azota cuando nos hiere con su belleza. Aquí descansa el sueño de un hombre apresurado por conocer mejor la forma, enloquecido con cada uno de los sutiles movimientos del mundo, traspasado por la fidelidad de la piedra, la madera o el plateado crujir de metal en sus manos. Aquí reposa la identidad secreta con la que lo material gravita hacia lo espiritual, en un duelo que sólo conoce el artista en una lucha vital que sus dedos aploman con caricia de seda… Al acercarnos a todas estas formas, cuando las hacemos también nuestras, cuando son partícipes de nuestro mundo más silencioso y personal, entonces ha llegado el momento de sentir que lo que forma su manera de entender el mundo es también parte del nuestro o que, por el contrario, nosotros somos hacedores de su propia obra vivida entre nosotros sustancia nuestra y suya, grandeza de lo que el hombre puede decir con el lenguaje de su escultura
José María Muñoz Quirós